Hoy escribo yo por él, porque se ha levantado rodeado por un halo en su cabeza y sin la razón que le permite ser. Para él, amanecer con el alba antes que los demás es necesario para hacer balance de sus bienes.
Cada noche vive en un mundo distinto en el que se adentra sin complejos, un mundo de ilusión donde se siente a sus anchas. No es que le tenga miedo al día, pero la noche le da más satisfacciones. No es difícil encontrarle con su mascota al alba paseando por el campo, navegando en la disyuntiva confusa de su ser donde la noche le abandonó. Esta misma mañana, y aún sin concederle el indulto al sueño, se levantó hecho un hombre bueno. Un hombre distinto con un halo luminoso sobre su cabeza. En este momento, y ya pasado el mediodía, se encuentra en trance y le creería si me dijera que acaba de bajar del cielo. Lo dejo estar, ¿para qué despertarle de su sueño? Todos sabemos como está, que vive en un mundo creado por él, y a la medida de sus intereses fundamentado sobre los pilares de una psicosis paranoica. He intentado explicarle la diferencia puramente óptica que es el halo, una ilusión producida como el arco iris por la humedad del ambiente, mientras que su aureola es conferida como signo de bendita santidad; del mismo modo que la mitra del obispo o la tiara del papa.
Creo que será mejor dejarle con la ilusión del halo, no hace daño a nadie, él, mi padre, está confuso y no reconoce su aureola ni su santidad... (Pobre: en casa todos lo queremos).
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