lunes, 14 de noviembre de 2011

Caricias del pasado

Candela: A pesar de su luz de juventud padece extraños temores que la impiden avanzar. Una dama de buen ver nos regala siempre amor, y siempre digo con perdón, y permiso del lirismo inspirador, vencido a veces, gracias por darme lo que no puedo aceptar.

Pobres, lo que se dice pobres de espíritu, siempre hemos sido. Pobres, pero casi felices en los bailes de boleros imposibles, atardeceres frente al mar, un vino: Caricias del pasado.

Por volver a mi juventud, para regalarme un poco de ti; por devolver la libertad a un pueblo de adopción, por volver a volver... Pero el azahar de la historia (cosas de María, la Magdalena) también nos mandó el coraje y coherencia, y nos trajo la ilusión de una patria distinta por la que luchar para la historia: "Ya se enterará usted, fulano de mierda, lo que es una patria digna luchando por su libertad". Invadidos y masacrados en aquel abril de héroes, recuerdo que ahí comenzó el declive de aquello que entonces llamábamos patria. Debe ser triste no sentirse español y saber que no se podrá jamás ser otra cosa. No sentirse ni pertenecer. Despreciar a los amigos, renegar del colindante, y ser incapaz de decirle, como alguien le dijo a una dama de buen ver: "ay, Dios mío, y yo que pensaba que los ángeles estaban en el cielo".

Pobres, lo que se dice pobres de justicia y pan, siempre lo hemos sido. Solo que antes (sine qua non) lo éramos con el orgullo de amar lo de todos como condición de amar lo nuestro. Y éramos fieles, y teníamos nuestros propios ejemplos. Sin embargo, no éramos socialmente felices, aunque teníamos al Gardel que cantaba penas mayores. Ay, "si usted supiera, señora...". (Pero la señora nunca supo ni dejó que le cantara).

Ahora que no necesitaba elegir un día, sino aprovechar el que vivo, sea el que fuere; ahora que para parir historias he de ser amante del amor a cualquier precio. Ahora, ay, Candela, que entre un mar y lo arrase todo, al fin, de alguna manera ya está entrando.

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