La democracia necesita ciudadanos demócratas, eso es así. Pasado octubre solidario y sensible con las enfermedades, llega noviembre de elecciones y empiezan las peleas. Hablo de mi pueblo dividido por dos, partido por la mitad. Hablo de buenos y malos. Y en eso estamos: Asuntos electoreros. La política durante un tiempo, entre elecciones de uno y otro, se encuentra desaparecida en mi pueblo; sin ellos, sin mis vecinos, pero es llegar la primera pancarta de votar y nadie conoce a nadie, por la sencilla razón, y la María me perdone, de que no son nadie. El ciudadano democrático representa compromisos mínimos, principalmente respetarse, luego aceptar un conjunto de reglas inviolables que son las ideas de cada cual. La responsabilidad individual y un propósito común. La historia de mi pueblo en asuntos de estado es el memorial de los continuos fracasos en la convivencia. Los objetivos colectivos desaparecen para dar paso al espíritu dominante de los dos bandos. Mi pueblo siempre ha sido de unos y otros, pero nunca de todos. Las banderitas, los pins, los eslóganes: los asuntos electoreros nos van robando un poco de vecindad en cada elección.
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