Agradezco a mi hija su buena voluntad, y a toda la mi familia su cariño. Pero no me he ido al cielo ni al infierno. No estoy muerto. Solo fui al dentista. Sí, lo paso mal cuando voy al dentista y ella lo sabe. Pero tal parece que mi hija me hizo el funeral.
Con dolor de boca (dentista traidor), pienso que no soy tan querido en mi casa como creía. Pienso que quizá tenga sentido volver a encontrarme contigo. Pido a la María que me de fuerzas, que me arme de valor para dar sentido a mi vida, para volver a encontrarme contigo. La ilusión que nació de un sueño sigue viva en mí. Hoy tengo motivos, tengo razones para encontrarme contigo. Pienso que me doy por vencido, que todo se acabó, aunque nada entiendo.
-¿No te parece que estás desvariando?
-¿Y tú quién eres?
- Soy tu halo.
-¡Carajo, entonces es verdad, estoy muerto¡.
-No, no estás muerto, estás bajo los efectos de la anestesia.
-¿Y eso es para siempre?
-No, en un par de horas volverás a ser el mismo.
-¿Acaso me perdí para volver a ser?
-¡Estúpido, si por mí fuera no volverías!.
-No te entiendo.
-Qué no entiendes arrogante, prepotente, qué nadie se puede acercar a ti...
-¿Qué dices?
-¿Qué, pero qué, amigo, de qué vas?
-¡Que alguien me lo explique por favor!.
-¡Que alguien me lo explique por favor!.
Parece una estadía bajo los efectos de la anestesia en el sillón del dentista. No entiendo cómo los psiquiatras, los que todo lo crean y forman parte de su vida, hacen la fiesta y no le invitan a quedarse. No lo entiendo.
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