Cuando llueve ocurre que me pongo filosófico, metafísico y subliminal. Porque el agua y su rumor; porque la fría tarde y su precoz sensación de nocturnidad y alevosía; porque la emulación de la incontenible fogosidad erótica de la pasión. Porque la transitoriedad de un gobierno y los silencios urbanos. Porque la ira de los que otrora trabajaban. Porque el frente del espíritu nacional que constata la ausencia de fe. Porque la enajenación de los que abren una botella de cava y mujeres hasta el amanecer (Alfonso Rus). Porque en Navidad el tiempo es un rollo patatero que se me hace interminable. Porque uno se pasa las horas del campo al libro y del libro a la mascota vamos a pasear vete tú. Porque, como todo, la filosofía se va al carajo y la lluvia se hace odiosa cuando de pronto te asalta la nostalgia por la amiga ida. Cuando la luz de una amiga se apaga, cuando el brillo de su sonrisa, cuando la energía de su mirada, cuando su voz se calla para siempre. Cuando el agua y su rumor son sombra que asombra el alma. (El problema no son tus labios sino tus besos y de tus ojos el color negro).
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