Amanece, pero aún está oscuro; la noche cubre el pueblo. Me despierto con un terrible dolor de cabeza, es la música enlatada: me hace mucho daño. Trato de despejarme, de alejar las luciérnagas y los grillos de mi mente absurda, y luego de dejarles las cosas claras, echo a andar por el camino hacia mi pedacito de cielo, el paraíso donde todo comenzó, porque hoy es un día excepcional para mí: es el día de su cumpleaños, también el mío; es diecisiete, justo un mes, hoy hace una eternidad que dona se ha ido; y es el aniversario de un proyecto literario inconcluso, de una ilusión: otra decepción. Hoy es un día surrealista.
Hoy es viernes y hace calor. Me gusta que haga calor, sí, prefiero el calor al frío. Combato mejor el calor; el frío, la adversidad, la ausencia, la muerte, la palabra, la ocasión perdida. Lo bueno y lo malo. La alegre sonrisa; el yo literario; la triste mirada; el escritorio que se rebela ante el infortunio.
Camino lento a la vez que me libro del entumecimiento. Camino sin pausa y con desgana. Las hojas de los naranjos me dan en la cara, sus ramas me arañan el rostro. No sé qué hago aquí... Nada me es extraño, reconozco el paisaje a cada paso que doy, pero no sé que hago aquí, y estoy solo. Yo nunca estuve solo por aquí. Es una irrealidad que vivo, es otra de mis ausencias. Busco en mi pedacito de cielo un silencio distinto al que tenía en casa. Hay silencios que matan como el olvido, como la ausencia. La gélida caricia de la muerte. Todo nace y muere. Es la vida.
De repente, alguien pronuncia mi nombre, es un susurro, tal vez es el viento al enfrentarse a los árboles, o la invocación de un poema, una dama en su poesía. Un rostro de mujer se difumina entre el paisaje, la veo entre líneas, me dice con voz sigilosa, me dice a mí: soy el único madrugador de este día, no hay nadie a mí alrededor. No hay nada escrito.
Hoy no debiera haber amanecido. Un día sin alegría para mí es un día perdido. Y ya no puedo contabilizar más días perdidos. Días de esperanzas entregadas, de olvidos, de ausencias, de muertes. El rocío empieza a caer gota a gota al suelo, es tarde, no tengo más tiempo para dedicarle a un día surrealista. Me tengo que ir, mis pasos me llevan otra vez de vuelta a casa. Ya amanecerá algún día.
Imperdonable tu proceder, esperanza: ¡Que tu dios te perdone!.
Incomprensible tu ausencia, dama de la poesía: ¡Felicidades!.
Irreversible lo tuyo, dona: ¡Maldita tu muerte!.
Si una poesía me explicara, si brillara una luz en la penumbra. Si mi confusa e incierta existencia me permitiera comprender el por qué de las cosas, de esta irrealidad que vivo. No quiero por más tiempo ser las agujas de un reloj parado. No quiero, no puedo seguir atosigándome.