domingo, 26 de agosto de 2012

El día que me creas

El reloj no perdona, escribidor versátil que rastrea entre la sinuosa vertiente del río. Me estrujo la cabeza. Insoportable dolor de cabeza que golpea las teclas del viejo ordenador que me ordena. Cada hora es un gong de impaciencia reprimida. Hoy solo tengo tiempo para ti. Y lo tengo de manera particular, como si fuera el último día. Como si mañana ya no fueras la musa que me inspira, la estrella de luz brillante, la dama con su propia poesía. Cuando una idea se va otra viene si te siento cerca de mí, avalancha creativa que no estoy dispuesto a perder... El éxtasis de mi alma embargada de admiración. Garabateo y apareces en todos mis escritos. Paradoja de mis enrevesados decires. Lamentables mis escritos. Bendito amor.
    
Cuando mis días se alargan, las horas corren poéticas hacia la pérdida de la consciencia: lo sublime surcando las dimensiones existenciales del más allá impredecible. Y te dejas atrapar entre unas notas musicales transformadas en mixtura fonéticas: la transmutación de la música a la palabra y sus candentes elucubraciones.
    
Una verso precipitándose al abismo sin precedentes. Rasgo de la noche entre intervalos de silencio, ensueño tenaz, impreciso colofón de una historia aún por escribir. Recuerdo sin tú saber, una vez te dejé correr, y dándole rienda suelta a mi imaginación, en un recodo del camino una quimera se detuvo. Luego de una pausa de pensamiento ligero se puso en pie, buscó acomodo entre mis brazos y abrazando la dehiscencia donde habitan los sueños furtivos me invitó a volar con ella. Enseguida supe que eres tú.

Este domingo será largo, pero nada hay que temer, las mariposas vuelan libres en la templanza de un viento favorable. (Yo, como tu dios, el día que me creas, existiré).

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