sábado, 11 de agosto de 2012

Soy Carmen, la mujer que amo

El día que debía aprender a templar mi ego, y a confrontar mis carencias para reforzar el poder que me permitiera al menos elegir, no amaneció. Así que no puedo por más que aceptarme como soy. Aunque mi comportamiento torpe de entendederas a veces me lleve a la desesperación y al sufrimiento existencial.

Ayer, cuando mis ansias no encontraban reposo, mi esposa me regaló un libro que haría simpática la filosofía: "El Oráculo". Y puedo asegurar, sin pecar de visionario, que no lo compró en una librería porque le faltaban páginas, y las que le quedaban estaban amarillentas y sucias. Solo la portada se salvaría, pero no para ir más allá del purgatorio. No encontré explicación para que mi esposa me regalase un libro en tal estado de ruina. Aunque sabe que para mí un libro con apenas una docena de páginas es un libro suficiente. El libro en cuestión gira en torno a respuestas que una deidad, cuando tiene que decir, da a través de sus representantes en la tierra. Para encontrar una intención que pudiera justificar el regalo de mi esposa, entré en Wikipedia y llevé una gran sorpresa, porque este libro es muy importante, tanto, que para los griegos era el santuario donde se practicaba la adivinación. De todos los oráculos griegos, el de Delfos era el de más prestigio. Al templo acudían personajes de todos los lugares de la Tierra a pedir consejo y a conocer su futuro. Se cuenta una anécdota bien interesante: Un día, Querofonte, amigo personal de Sócrates, preguntó al Oráculo de Delfos quien era el hombre más sabio, y la pitonisa encargada respondió que ése sabio entre sabios era Sócrates. Informado Sócrates del hecho acontecido, comentó la sentencia simplemente reconociendo que su sabiduría consistía en saber que nada sabía.

He ahí la razón, por la que hoy, luego de leerlo, creo que mi esposa me regaló el libro porque si Sócrates, sabio entre los sabios nada sabía... Mi esposa rebaja mi ego a lo más ínfimo, pero de soslayo es mi santuario particular de adivinación y dona su pitonisa, así que no es necesario que yo reconozca si sé o no sé. A nadie importa. Además, de soslayo configura el día con todo lo que amanece en torno a mi antagónica realidad. A de soslayo no le valen disculpas de medios días porque sabe que hay días enteros, ni medias tintas le valen. Si me faltara, estoy convencido que mi "yo" impredecible contaminaría de ruidos y mentiras mi existencia. 
 
A mi esposa debo darle las gracias por esta gran lección. Y a más, decirle que la amo y que no sufra cuando salgo cada noche a conquistar fábulas y poesías, también algún abismo, porque hay una luna demente que me protege y me guía, y me trae ileso de vuelta a casa en busca del botín más preciado para mí: Ella. Yo no existía antes de mi esposa, y ahora qué decir si soy ella misma. Soy la piel y los huesos que me desnuda el alma cada día. Soy su misma imagen, su sonrisa y su mirada, incluso tengo su misma edad. Tengo su misma apariencia. Soy Carmen, la mujer que amo.

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