A menudo restringimos el concepto de progreso a lo material, olvidando que el desarrollo más útil y valioso, es el que tiene lugar en la mente, en los buenos y malos recuerdos.
Hoy, lunes día 13 de agosto (porque para el día 17 queda más bien poco, y no es un día cualquiera), quiero hacer una llamada telefónica y hablar con alguien sobre un asunto del pasado. Fue un asunto, un descuido con amor que a pesar del tiempo transcurrido no soy capaz de olvidar y pasar página, de echar a andar de una vez por todas. (Estoy estancado). Sobre este particular, me gustaría ser capaz de elaborar una lista con todo aquello por lo que me sentí agradecido. En esa lista anotaría solo aquellos momentos en los que me sentí feliz. Le hablaré de mí agradecimiento personal hacia una persona que me dio la oportunidad de escribir. Y también sobre un periódico y un sitio. Al levantarme cada mañana, y antes de incorporarme a la cotidianidad, aún dedico un tiempo a pensar en todo aquello. Y al encender el ordenador, porque tengo su escritorio en mi pagina de arranque, a rezar una oración por los difuntos. Con la llamada pretendo dar por zanjado el asunto. Ha de quedar bien claro que si digo agradecimiento personal, quiero decir agradecimiento personal, porque no busco encontrar igual gratitud, tampoco el perdón de mis pecados. Estoy convencido de que los actos de cada cual cuentan de manera especial en el veredicto final, pero yo no soy juez, quizá reo sin sentencia. Nadie.
Confío que no sea tarde; confío que recuerde; confío que esa persona a la que hoy llamaré y que no sé quién es, sepa de qué hablo sin decir, porque no quiero hablar ni pasar de puntillas sin dejar un rastro capaz de perdurar en la memoria de gente a la que quiero. En fin, yo llamaré y le diré quien soy, después, como dijo William Shakespeare. "Todo lo que sucede, conviene".
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