Una llamada telefónica me obliga a suspender la siesta. La dormiré mañana si amanece. Verás, si fuera el
Perales te preguntaría ¿Y cómo es él? Pero no soy el Perales y
de sobra sé cómo es él. Y tú, ¿sabes cómo es él? Te
entiendo, el amor es ciego: desde luego ahí sí que me has pillado. El comentario no es gratuito, es una advertencia porque con tu llamada he
notado tu voz cansada y triste. Eso me duele y me entristece más si cabe. No es desinterés, es interés, y no es tuyo ni
es mío. Pero eso ya lo sabías. Quiero que te vaya bonito y presumo
que no te va. Lo lamento si tengo razón. A veces uno pagaría por no
tener razón. Con la resumen final que ha de llegar, se acabará la
historia de amor jamás escrita. La nuestra. Un amor inconcluso y su historia de
amor. Mi ánimo se ha ido por el desagüe para
celebrar otra derrota. Si tú lloras lloro yo. Si tú penas peno yo. Si tú enfermas, si tú enfermas muero yo.
Ni impunidad ni olvido.
Desde el día que me anunciaste de nuevo su presencia en tu vida te pedí coherencia en la palabra, que abrieras
los ojos y que anduvieras con paso firme. Que respetaras y te
respetaras sin olvidar tus valores humanos. Dignidad ante todo. Me contaste que eres más
feliz que nunca y te creí, pero hoy, sin dejar de creerte, te creo menos. Y menos que mañana porque hay preguntas que
siguen sin respuesta, de ahí que alucine cuando me explicas
lo inexplicable como sentencia en firme, que es una manera poética de
decir que se nos acabó el amor. Se trata, pues, de recordarnos en un hermoso poema de amor. Por cierto, hoy en Les Seniaes, y pensando
en ti, como todos los días, amor, pensé que si te
entregaba a nadie volverías, porque nadie es nadie, pero aún no lo sabes ni estás preparada para el desengaño. Esperaré impaciente el día que me permitas entregarte a nadie
para que vuelvas a mí sin haberte ido. O, a alguien, y me hagas inmensamente feliz. Gracias.