Desde el día que llamó a mi puerta aquella señora de bien para
que le diera mi voluntad para el Cristo resucitado, ni el cartero ha
vuelto a llamar. No me quejo, a mi puerta llama cada día Ian
acompañado de Patricia, y Kristel cuando sus asuntos inaplazables se
lo permiten. A kristel le dejo aviso en su contestador telefónico que trabaja
demasiado y que vigile de cerca la salud (me cuentan que hay que pasar dos veces
por delante de su cara para reconocerla), pero a un padre en edad de dar consejos no se le escucha. No tengo amigas ni
conocidas que recuerde (como la fábula de La zorra y las uvas: "Para que perder el tiempo y esforzarme, no las quiero, no están maduras"). Ni me gustan las visitas inesperadas, las
visitas con cita previa, como en Hacienda. Me gusta el orden. Y
las vecinas que estimulan el día con una sonrisa; de
dos vecinas una, hoy barriendo la acera sobrepasó el límite de su
casa y barrió la mía en el momento que, acompañado de Ian y
Patricia, salí de casa; no la denuncié a las autoridades por invadir
mi propiedad, le di las gracias y la avisé, para que no se llamara a engaño, que a mi esposa de vuelta del trabajo (mi esposa trabaja hoy y mañana gracias a Rajoy), le diría que la acera la barrí yo. No le importó (se rió y me alegró el día), me dijo que
barrió su acera y barrió la mía. A veces cuesta ponerse, ponerse al día. Que no sea nuestro acontecer la lotería
que nunca toca. Todos y todas tenemos algún olvido que poner al día.
Hagan memoria. Todo es ponerse. Gracias.
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