miércoles, 23 de agosto de 2017

Cuando escribo.

Cuando escribo soy otro y me gusto más. Cuando no escribo y ejerzo de esposo, padre, güelu y conocido de alguna también me gusto. Para no meterme en camisa de once varas y complicar el día si alguien me lee diré que me gusta escribir y en otra vida amaré a quien ahora me ama (y antes: dona, mi carinyet), tendré casa, un libro y una bicicleta, pero de profesión no seré mis labores, de profesión seré escritor de mucho talento. Y escribiré cosas de entidad con sumo cuidado para no herir sentimientos; escribiré con pulso de cirujano y no daré a entender que he aprendido poco de la vida. La vida enseña cosas, algunas son buenas y otras son malas. A veces no es fácil discernir unas de otras. De cuando en vez, por salud, y porque las cosas no van por buen camino, y si no van no van, conviene soltar lo que se lleva dentro antes de reventar. Con razón o sin razón antes de reventar, sin dar la sensación de ser víctima algo.

Escribir, y ya no digo en otra vida de profesión escritor de mucho talento, digo en esta vida de profesión mis labores escribiré igualmente: escribir es un privilegio. La vida es ciega para quien es piedra en el camino. Mientras viva esta vida envidiaré, porque es humano, a escritores de talento, y cuando esté en penumbras, ajada mi vanidad, me dejaré asombrar, después quizá siga siendo quien soy. ¿Saben qué? A esta altura de la estupidez me gusto cuando escribo y cuando no escribo. A veces, esto me lo dijo la dama que no me deja ir, obligados a convivir (dijo convivir, no vivir) el engaño se hace habitual y eso es una tristeza que no tiene nombre. Corren malos tiempos para el amor. Gracias.

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