Cuando escribo soy otro y me gusto más. Cuando no
escribo y ejerzo de esposo, padre, güelu y conocido de alguna
también me gusto. Para no meterme en camisa de once varas y
complicar el día si alguien me lee diré que me gusta escribir y en
otra vida amaré a quien ahora me ama (y antes: dona, mi carinyet),
tendré casa, un libro y una bicicleta, pero de
profesión no seré mis labores, de profesión seré escritor de mucho talento. Y escribiré cosas de entidad con sumo cuidado para no
herir sentimientos; escribiré con pulso de cirujano y no daré a entender que he aprendido poco de la
vida. La vida enseña cosas, algunas son buenas y otras son malas. A veces no es
fácil discernir unas de otras. De cuando en vez, por salud, y porque
las cosas no van por buen camino, y si no van no van, conviene soltar
lo que se lleva dentro antes de reventar. Con razón o sin razón
antes de reventar, sin dar la sensación de ser víctima
algo.
Escribir, y ya no digo en otra vida de profesión
escritor de mucho talento, digo en esta vida de profesión mis labores escribiré igualmente: escribir es un privilegio. La vida es ciega para quien es piedra en el
camino. Mientras viva esta vida envidiaré, porque es
humano, a escritores de talento, y cuando esté en penumbras, ajada mi vanidad, me dejaré
asombrar, después quizá siga siendo quien soy. ¿Saben qué? A esta altura de la
estupidez me gusto cuando escribo y cuando no escribo. A veces, esto me lo dijo la dama que
no me deja ir, obligados a convivir (dijo convivir, no vivir) el
engaño se hace habitual y eso es una tristeza que no tiene nombre. Corren malos tiempos para el amor. Gracias.
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