martes, 14 de agosto de 2012

Bulnes

Por añoranza, hoy viene a mi mente Bulnes. Un pueblo hermoso y ecológico de poco más de 20 habitantes justo en el macizo central de los Picos de Europa. Rocas vivas y riachuelos, y puentes de vieja madera, y todo aislado del mundo. Un funicular desde Poncebos suministra los alimentos y enseres al pueblo. En contra del reloj se ladean montañas de paisajes sublimes. La vista desde lo más alto, por encima de las nubes es inenarrable. Las vacas pastando en los prados, las flores silvestres y el aire puro dan paso a El Naranjo de Bulnes, Picu Urriellu para los amigos, que es un espectáculo celestial. Solo tiene una pega: el queso de cabrales. No es que Bulnes sea Cabrales, donde se elabora el queso, Bulnes pertenece al concejo de Cabrales, pero es una tentación pasar por allí y no parar a tomar una botella de sidra y un poco de cabrales. Después ni con lejía se va el olor. En fin.

Llevo alejado de mi tierra unos años y no sería capaz de volver a ella sin perder un poco de mí.

La vida nos brinda oportunidades inesperadas que debemos aprovechar. La vida es un elegir permanente, y yo elegí, por cierto, al margen de añoranzas, poder elegir es un privilegio. Y yo elegí la magia del espectáculo de ver amanecer, la relación inexistente de una amiga frente a una taza de café negro y amargo, las conversaciones con Eugenio, los paseos por el campo con dona. Y no dejar de mirar de soslayo al alma de la gente. Redescubrir cada día una manera diferente de sonreír (¡ay que joderse!, según me cuentan, al mover la cabeza de un lado para otro en señal negativa utilizamos 72 músculos y al reír solo 14. Con lo fácil que es y lo poco que cuesta sonreír, pues res de res). Yo elegí mi pedacito de cielo para sentirme a gusto en lo simple que es lo más parecido a ser feliz.

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