-Hola, buen día: ¿está en casa?
-Déjeme mirar... sí, parece que estoy, ¿dígame?
-Soy el presidente del gobierno.
-¡No joda!.
-Sí.
-Disculpe, presidente. Fui a la escuela más bien poco, y aunque me considero persona educada nunca tuve el honor de que un presidente llamara a mi puerta.
-No se disculpe. Era ministro de transportes pero mis méritos me encumbraron a la presidencia del gobierno.
-No se imagina cuánto me alegro, pero no me extraña, parece usted una persona muy eficiente. Dígame, en qué puedo ayudarle, ¿quiere que le vote el 20N?
-No, vengo a traerle este paquete. Huele muy mal, creo que me ha contaminado el camión.
-Es posible presidente, tenga en cuenta que mi suegra murió hace un mes y fue ella quien me lo envió. Lástima, se fue a la tumba sin saber que llegaría este día.
-Cuanto lo siento...
-Tranquilo, usted a lo suyo que es lo de todos. Ojalá el país tenga más suerte que yo.
-Bueno, pues ya lo tiene, firme aquí.
-¿Dónde?
-Debajo de la fecha.
-Sabe qué le digo: no me atrevo. Quiero vivir el presente por malo que éste sea. Si es tan amable diga que hace tiempo que ya no vivo aquí. Que preguntó a mi vecina y tampoco estaba. Puede decir que me fui con ella de viaje de novios al Caribe.
-¿Y qué hago con este paquete que huele podrido?
-Tírelo usted al río, o mejor, llévelo a un punto de residuos sólidos ecológico, así no contaminará un mar.
-De acuerdo, eso haré. Que pase un buen día.
-Es usted muy amable presidente. Muchas gracias. Ah, y no corra que es peor.
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