"Hoy no estaba usted en casa y mañana tampoco. Entonces, le llevo el pedido el martes. Por favor, haga usted por estar en casa. Déjese de andar a higos". (El transportista exprés que debíó entregarme un paquete hace una semana que me envió mi suegra con embutidos caseros de mi bendita tierra asturiana, y futuro ministro de trasportes).
A juzgar por los abundantes hechos acaecidos en los últimos días acerca de la economía de la eurozona, sin precedentes mediatos e inmediatos, podemos estar seguros de que seguramente no pasará nada que altere la economía de nuestro país. Porque a Dios gracias, hoy amaneció. Y eso es señal que tal vez amanezca mañana, aún admitiendo que las cosas no están claras del todo. El solo hecho de admitir los hechos es un paso hacia adelante. Porque es seguro, que por todo lo sabido estos días, comprobado aunque no admitido, ha sido pensado por mentes privilegiadas de conformidad, y casi fijo consentido, por los señores y señoras dueños y dueñas de este mundo; instruidas e instruidos, autorizadas y autorizados por ellos y ellas mismas. Y que juntos, ellas y ellos, garantizan una vida muy feliz (lo que, por cierto, hasta ahora no había estado garantizado sino por Mariano Rajoy). Entonces, podemos dar por seguro que no pasará nada, ni por esto, ni aquello, ni por todo lo demás, que pudiera ser nada en esta sociedad durmiente, lamentable e irresponsablemente indiferente. Ni tan siquiera ante el hecho de que los alemanes también quieren un referéndum como el de los griegos que ya no lo quieren. (Dios mío, adónde vamos a parar).
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