Soy portador de una mala noticia: Ha llegado el momento de las incertidumbres. De no saber qué hacer, de preguntar y ahora qué. Tan grande responsabilidad, más que un deber como ciudadano es un castigo divino. Creo que nunca estaré a la altura de lo que espero de mí. ¿Por qué quiero que recaiga sobre mi tanta responsabilidad?
Recociéndome perdido (como una amiga que dijo sí y a la hora de la verdad dijo no. Maldita psicóloga: "Tú di que no, aprende a decir no"), reflexionar sobre las cosas que desconozco me asusta, me produce sensación de inseguridad, a la vez que un sentido de culpa tan grande que prefiero tirarme al monte. Debería abstenerme de analizar lo que desconozco disfrazado de lucha de principios. El asunto es el que es: Unos han ganado y los otros también, todos han ganado menos yo. Es todo. Todos los políticos ganan porque rinden tributo al mismo estúpido que analiza las encuestas y los resultados electorales con igual éxito. Insultan a la inteligencia. Si nos fijáramos en algunos detalles vislumbraríamos personajes enfangados sobre el que se erige la estructura de una gran pirámide donde se asientan los dueños de los partidos políticos. Eso sí, cuando agitan la cola, suelen confundirse y se creen que tiembla el universo. Se creen dioses porque el pueblo los endiosa (con perdón). Son personas, que por lo general tienen la facultad de ver lo que resulta invisible a la mayoría. Son gente que se mira permanentemente al ombligo. Son personas, que si los comparásemos con los grandes estadistas de la historia, solo encontraríamos una diferencia: No están muertos.
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