martes, 8 de noviembre de 2011

Cuando yo me vaya

"... me iré despacio un amanecer que el sol vendrá a buscarme temprano. Me iré desnudo, como llegué". Joan Manuel Serrat.

Calumnia que algo queda, dice el refranero popular. Sabio, verdadero por demás. Nos encanta prejuzgar, calumniar. Somos perfectos. Somos auténticos. Somos seres indeseables. Lo que entusiasma en estos tiempos de falsas acusaciones es enfangar al colindante, hacer daño a alguien con la intención de deshonrarlo. Emponzoñamos la vida de nuestra vecindad con el único fin de perjudicar su reputación. Imputaciones falsas... difamación, impostura, murmuración, infamia, maledicencia, mentira, chisme, cizaña. Envidia y más envidia. Seres deletéreos, malsanos, tóxicos, perjudiciales para la salud. Seguro que me explico, lo que quiero decir es que somos una sociedad enferma en la que no soportamos que prospere nadie de nuestro entorno cercano. Ataque de celos: ¿Por qué él? ¿Por qué ella? ¿Y yo? Estúpido, mediocre. Resentido de corazón que aprovecha la oportunidad que le sirve la ocasión para sembrar la duda sobre la calidad moral de una persona. Y si no hay ocasión se la inventa. Se trata de hacer daño sin ningún fundamento. Sea como fuere, la verdad siempre sale a la luz para poner a cada cual en su sitio, cada cosa en su lugar, y darle su merecido al infame. La calumnia, fruto de la envidia, es una mentira revestida con una poquito de verdad. Por eso conviene no creer todo lo que se oye. La calumnia engendra sentimientos de aversión intensos e incontrolables. Ira de la mala, odio del peor. (Palabrita del Niño Jesús).

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