Ayer precisamente recibí un e-mail de una amiga con una mala noticia. Un día de los corrientes a las doce del mediodía, mi otra amiga, había fallecido. (Se ha ido una amiga, la otra, ahora solo me queda una, la que me envió el e-mail. Esto no tendrá un final feliz). Una amiga buena de gran corazón ha muerto. Era una mujer incapaz de hacerle daño a nadie. Siempre con una sonrisa agradecida y una mirada de cielo. Duele que gente así se muera. Mi otra amiga, quizá celosa de ella por mi amistad, dice que Dios quería tenerla a su lado joven porque sus ángeles se están haciendo mayores. Mi amiga, que ahora es la única amiga que tengo, con su comentario dañino, me hace pensar en mi caja de ahorros, mía no de todos, digo mía porque es por donde cobro mi pensión. Por cierto, me acabo de dar cuenta que, y pienso en los miles de jóvenes que están opositando a una plaza de la administración del Estado, que soy funcionario sin haber aprobado una oposición, y por enchufe, como antes, como siempre entonces. Ay, todo empezó como empiezan las cosas que nunca acaban: ¿Qué hay de lo mío? y así nuestro idilio. Hablo de mi psiquiatra y yo. Mi psiquiatra fijo tiene a alguien importante en la administración del Estado y lo que ella diga, por nuestra mala cabeza, va al erario. No sé, somos muchos millones los que vivimos gracias al erario, y los demás viven gracias a Dios. En este país no trabaja nadie, nos tiene que ir mal por decreto. Seguro que un día de estos pinchará la burbuja. (Otra). Ya, sí, me había ido por los cerros de Úbeda (Sabina), decía que caja ya no, que es banco. Ahora todos son bancos y con trabajadores jóvenes. (¿Qué harían con los viejos? Igual los asesinaron por inútiles. A los viejos nadie nos quiere). Pobres, qué bajo han caído. Además, ni prestan dinero, ya solo les prestan. A veces uno piensa que este mundo está perdido o que va hacia atrás. Está claro, lo que pensé arriba es cierto: esto no tendrá un final feliz. Pero ojo, no quiero decir que sea culpa de mi amiga, la única, y la que realmente quiero. En fin, ya veremos. Son tiempos de cambios. Lo cierto es que tenemos en las manos la masa para la tarta, ojalá no nos queme en el horno.
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