Te situaré cercana en el espacio, te invitaré a café y te daré un consejo: De cuando en vez conviene hacer una pausa, mirarse al espejo y cantarse las verdades aunque duelan.
A ti, como a mí, créeme, nos matan los desenlaces. Acusamos a todo el mundo y nosotros nos redimimos las culpas. Pero hablaré solo de ti si no te importa. De los cincuentaytantos años que tienes, al menos la mitad, te han venido algo grandes. Nunca estuviste preparada para pasar de los treinta. Bueno, ni tú ni nadie, pero en base a no encontrar el preparado de la eterna juventud hay que aceptar el paso de los años, pero tú no has querido.
Estoy seguro que ahora mismo estás cogiendo el ánimo del cajón de la mesita de noche para enviarme un "emilio" negando tan desoladora sentencia. No es cierto, me dirás. Y te contestaré que para negar la verdad están los tribunales de justicia. Entonces no me devolverás el "emilio" (como siempre). Parecemos niños jugando a escondernos con el pañuelo en los ojos. Ciega y maldiciendo el consejo que no me pediste, o la impertinencia, quién sabe. Así que apagarás tu ordenador y te irás no sé adónde pero enojada. Eres un caso.
Solo quieres negar la evidencia aunque te plantee una verdadera paradoja. Te falta valor para soltar la primera palabra y echar a andar: Has llegado a creerte todas tus mentiras sin darte cuenta que el autoengaño enamora. ¿Y ahora?
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