Atrapada entre la espuma de una ola, viajaba sin rumbo y daba vueltas dentro de un laberinto misterioso; sus labios querían decir y solo balbuceaban, nada expresó, así que cerró los ojos y se rindió a su suerte.
Agazapada entre las algas, desorientada y sin casi saber quién era ni dónde estaba, oteaba detrás de una muralla de corales el movimiento de un mar que la arrastraba irremisiblemente: la penitencia impuesta por una culpa cometida inconsciente.
Flotaba entre la espuma burbujeante y por un instante creyó que disfrutaba de un aromático y relajante baño en su casa... pero no. Quiso gritar y su boca no pudo pronunciar palabra alguna, intentó nadar y no avanzaba, quiso mirar su cuerpo pero no estaba: todo era sombra con sonidos extraños y sus ojos no percibían otra cosa que no fuese oscuridad, se encontró perdida y confusa como una niña sin su osito de peluche preferido. En un esfuerzo desesperado llevó sus manos al contorno de su cuerpo pero no era su cuerpo lo que tocaba, siguió dibujando mentalmente la geografía de su piel y en un momento se hizo dueña del pánico: ya no era niña, su cuerpo de niña no existía y en su lugar había otro, a pesar de ser del todo cierto; su cara pudiera ser la misma o parecida a pesar de no reconocerse: estaba prisionera en un cuerpo de mujer. En el cenit de la confusión seguía dejándose llevar por las olas, sin dejar de pensar que era tan intrusa en ese mar y su fondo, como podría serlo en su cuerpo o en tierra firme; ante esta conclusión se dejó llevar por la marea.
De repente recordó los cantos de sirena que tantas veces le oyó cantar a su padre y que tanto le decían, y quiso recordar alguno, pero al intentarlo le cayó la realidad del momento sobre su frágil cuerpo. Fue cuando se dio cuenta que su vida continuaría en el fondo de aquel mar. Y entonces miró al cielo y apareció un día de sol y vio que sus rayos filtrados bajo las aguas llegaban hasta ella como si fuesen relámpagos iluminando con intermitencia el paisaje del fondo marino; en ese instante su mente se desbloqueó y recordó uno de los cantos de sirena que le cantaba su padre, era uno especial para cuando tuviera dudas, e inspirado en él urdió un plan: tendría que espiar a la luna y encontrar respuestas. Sin darse cuenta había creado la necesidad de comprobar si el sol en realidad era el rey y la luna su reina; en el canto, su padre aseguraba que entre la luna y el sol había algo más que amistad y que él formaba parte de su triángulo de amor.
La luna ejerce una luz mágica para los enamorados que creen en el bendito amor: la luna es caprichosa, y el sol sabe que cada noche le es infiel con un mar al penetrar en su profundidad llevándose la humedad de su seno para deshacerse en orgasmos de espuma hasta el alba que confluye la luminosa claridad de su luz con los tímidos rayos de sol... La luna caprichosa no sabe que el sol se adueña cada día de un mar clavándole celoso sus rayos. Solo su padre lo sabe. Pero calla, porque sabe que la relación que existe entre luna y el sol es lo más parecido a Dios en la Tierra. A pesar de las dudas.
La niña hecha mujer no fue capaz con su plan de descifrar el enigma. Para siempre será un misterio más que no logrará entender de los muchos que su padre le había provocado. De lo que ya no tendrá dudas es que la luna engaña al sol con un mar y que su padre es ese mar. Su padre siempre vivirá en ella (su niña), y el sol y la luna también dejarán cada día una huella en su cuerpo de mujer. Triángulo de amor.
Que bonito cuento has inventado hoy, valió la pena quedarse en espera con el ojo pelón, te felicito.
ResponderEliminarBuen dia
Qué poco has vivido... Es una historia verídica de un padre y su hija, y un sol y su luna. Beso.
ResponderEliminarSalud.