La literatura no tiene límites. Se puede escribir acerca de todo, incluso escribir sin prevenir al lector de las consecuencias, las cuales serán buenas o malas, y algunas capaces de poner en entredicho la verdad. La verdad, si hablamos de literatura, de expresar sentimientos y algún descuido, no es para darle importancia, al menos con la majestuosidad que se la pudiera suponer. La historia está repleta de personas encarceladas, torturadas, abrasadas o fusiladas por expandir su verdad, sin importar las razones oscuras por las cuales sus asesinos ensangrentaron su virginidad. Millones de libros han ardido en las hogueras fanáticas y bibliotecas arrasadas por huestes enajenadas tratando de destruir demonios que solo existían en sus mentes.
Los libros son buenos y malos, verdaderos y falsos, pero nadie tiene derecho a exigirles nada. La historia se reescribe. La Biblia tiene una segunda parte. Un mal libro puede ser propaganda hábilmente elaborada por un productor literario como joya de la literatura universal. La literatura es como un viento efímero que deja una desorientación a su paso con la sensación de haber perdido el tiempo... Si la literatura fuera exclusiva de la excelencia académica solo los grandes pensadores y talentosos lectores podrían ampliar sus conocimientos. ¿Y los demás qué, qué hay de los que no sabemos pero amamos la literatura que está al alcance de nuestras posibilidades intelectuales? Literatura universal.
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