Existe un lugar en el mundo donde el absurdo es un campo de fútbol donde cuerpos sonámbulos deambulan sin rumbo ninguneados por el viento de una tempestad que confunde y crea mitos, además de amnesia. Es un lugar en el mundo donde a las cinco de la tarde desaparecen todos los problemas, o casi todos, que queda uno, el del pito. El del pito es un problema y no. Porque un día tienen que hacérselo tragar. Que si no fuera por él y sus errores... Una tarde de fútbol es una maravilla de tarde. Se escuchan voces o gritos, los mismos todos los domingos. Como si la RAE se le hubiera olvidado actualizar el diccionario. Pero incautos y peregrinos de su existencia, no saben que a las siete de la tarde el mundo del que vinieron precisa de inmediato su presencia. Y entonces, han de volver a sus precarias capacidades. Las fantasías vocingleras que convocan rituales manipulados y envueltos en el manto del sofisma aún retuercen las meninges como si les fuera la vida en ello, pero la hora es la hora: las siete. (La sordera a la virtud derrota, aunque haga una llamada valiente que unos oyen y pocos escuchan).
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