Ni mucho menos, es que tuvo que ir de urgencias al hospital a dar a luz. Tan cierto como que yo era uno de los invitados al banquete de boda. Sociedad inverosímil. El no me digas ay madre me dejas estupefaciente está de plena actualidad en los mentideros sacrosantos de los bajos fondos. Nos creemos lo que nos digan, sobre todo si nos dicen que somos inteligentes, además de altos y guapos. Y lo cierto es que somos apenas, un poco osados con unas gotas de vanidad. Antes éramos un grano de arena en la playa, ahora un grano en el culo. Y seguimos bajando. A no ser que estemos dispuestos a derrumbar nuestras barreras de soberbia para asumir la cultura de amor. Y del asombro, el que nos mueve con desvelo a indagar por los adentros en busca de nuestra identidad. Explorarnos a nosotros mismos y por los alrededores que nos cobijan; tal vez eso sea lo más difícil, imposible quizá, porque siempre nos quedarán territorios sin poder rastrear. Pero esa aventura nos hará más libres y también más grandes. Por consiguiente más humanos. "¡Sube a hacer la cama!". (La verdad que cuesta entender que se tenga que sublevar la lógica contra la cultura machista que hay que mantener en el tiempo porque sí, porque el amor es lo único que realmente vale la pena mantener y salvaguardar en esta vida, al menos de la estupidez del vencedor y el rencor del vencido). "¡Voy, cariño!".
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