Me lo dijo mi hija Kristel: "Ha muerto Tomasín". Y me dejó entristecido como un ciego a la puerta de un museo. Otro por qué para el recuerdo. Otro absurdidad para contar en un viernes de poco fiar. Otro descuido de la vida para con nuestros padeceres. Otra verdad para creer... Señor Jesús Amén.
-Te dicen Tomasín, -le pregunté. -Sí. Y me lo explicó. Entonces: "Ha muerto Tomasín" (q. e. p. d.).
Con la muerte de un hombre bueno pierde su familia, pierden sus amigos y pierde un pueblo. Pero no pierde su compañera de nunca, ni pierden los hijos que tampoco. Yo he perdido un amigo y el pueblo ha perdido un hombre de bien curtido en el campo y sus faenas. Intransigente en su honestidad, firme en sus principios, amigo de sus amigos. Lo de Tomasín siempre fue pasión por la lealtad, feliz esclavitud de honestidad y buenos ejemplos. No abundan hombres de esta estirpe vencida por unos tiempos de poca utilidad moral donde todo está permitido, incluso el olvido. No sé qué pensará ZP de este adiós de un militante socialista, de este irse inmerecido de Tomasín, pero algo tiene que saber, porque en algún lugas le oí hablar sobre la lealtad a una patria, sobre ese firme andar por la vida reincidiendo en la esperanza por defender la libertad y la alegría.
De Tomasín recuerdo los días de tertulia fraternal, de campesinas vendimias francesas. (Días anónimos). También recuerdo, ya en su enfermedad, en su deambular de casa al hospital con su cuerpo frágil y lleno de dolor, sus apuros por llegar al día siguiente después de un batallar por la vida. Recuerdo sus palabras con las que me saludaba: "Ayer me encontré con aquellos y están peor que yo". Todo era mentira, que aquellos no habían nacido. Así me iba enterando cómo iba creciendo la enfermedad dentro de su cuerpo y acercándole al final. De esta partida sin permiso, de este adiós sin compromiso, de este alivio para siempre, de esta muerte, ha de servir, para que se sepa, que en esta vida desecha en sus traiciones, aletargada en latrocinios, y borracha de impunidades, que aquí mismo, y hasta ayer (al morir unos sueños y dormirse una esperanza), vivió un hombre bueno, ejemplar en sus valores, eficiente en el manejo de la amistad. Un terco hombre de ideas claras. Leal hasta la pasión. Un gran socialista que algún día, cuando el pueblo despierte y sea un pueblo de ciudadanos comprometidos, será recordado como un hombre bueno que vivió y murió siendo fiel a sus ideales. Qué razón tiene mi otro buen amigo, también gran amigo suyo, ortodoxo donde los haya de los entierros: "Los buenos, si son amigos, siempre se van primero".
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