"Pues yo me organizo y el día me cunde una barbaridad". Pues vale. Un día un vecino del blog me dijo que un pálpito es algo malo para el corazón, es más, que del pálpito al infarto se va por el mismo camino y en línea recta. (Es un vecino confiable). O algo así le quise entender. Tiene razón mi vecino, que aún lo sigue siendo (gracias). Y yo, a quien le cunde el día una barbaridad le digo: estoy facultado por la vida para decirle que, agobiado en esos sus quehaceres cotidianos que no pueden esperar, el infarto le espera a la vuelta de la esquina. Las faenas imposibles de posponer reciben cornadas de muerte. Y no solo por infarto, que se puede morir por otras enfermedades provocadas por ese organizar tan estupendo el día para que cunda. Aviso: a Valencia que no venga nadie moribundo que no tenemos camas libres de hospitales. Eso sí, si un ser querido trae sus cenizas tenemos un inmenso mar comunicado con un océano que es más y ahí sí que lo podemos tirar. Que va en serio, no llevan la vida muy deprisa, ni se exijan demasiado, a fin de cuentas en el cementerio nadie les va a reconocer sus méritos. Ni en vida. Como cuando a uno le despiden por las buenas (uy, que gracioso me salió esto de despedirle a uno por las buenas; fijo que mi musa ya vino de vacaciones) y le agradecen los servicios prestados con la puerta en las narices. La vida de ahora, la competitividad, la necesidad de llegar el primero a algún lugar del universo, de obtener reconocimiento cono si en ello les fuera la vida, verdaderos esclavos de sus proyectos inexcusables quiéranse un poco y tomen es serio su salud. Estoy aseguro que considerarse imprescindible es una pobre excusa además de una estupidez. Y una pena, porque la colindancia más querida también paga las consecuencias. La vida es efímera y si no la aprovechamos como Dios manda eso que perdemos, o sea, la vida. (No merece la pena morir de éxitos).
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