El fin del mundo, alguien pudiera pensar de haber estado en Haití aquel 12 de enero de 2010. Urgencia para Haití.
Cualquiera llega a la conclusión de que la culpa de aquello (digamos que "aquello" es sinónimo del terremoto de magnitud 7,3 en la escala de Richter que sacudió hace tres años Haití) es del pueblo más pobre del continente americano. A día de hoy, la población de Haití se encuentra tambaleándose entre la pobreza y la extrema pobreza. Las ayudas humanitarias siguen más o menos igual, porque 360.000 personas continúan sin hogar en Haití. Apenas el 50% de las ayudas comprometidas por organismos internacionales y naciones donantes ha llegado a su destino. El cólera ha remitido, pero no el acceso a servicios sociales básicos: inseguridad, alimentación y sanidad. Y en eso estamos un sábado de pocas luces que duele el alma por tantas injusticias. Haití es mal negocio para un mundo global imperialista. La solidaridad no es rentable. Dan ganas de salir corriendo a consultar a quien, con un poco de sentido común, explique cómo es posible que tengamos líderes políticos y responsables de otras organizaciones tan mal preparados en matemáticas simples. Y humanidad. ¡Ay, dona, ahora sí que somos pobres de verdad!.
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