sábado, 19 de enero de 2013

Ay, dona, y otros poemas

Un partido político tiene enfermos sus órganos de dirección y necesita un trasplante de salud democrática. Los médicos buscan antibióticos para sanarlo pero el mal se ha fortalecido en sus entrañas y ninguna medicina le hace efecto. La conferencia episcopal reza, ella hace lo que puede, pero Dios y la María se han tomado el fin de semana en la nieve. ¡Un milagro!, clama un arzobispo. Los afiliados de base se hacinan a la puerta del hospital y dan consejos de buena fe, aunque concluyen que la cirugía de sus órganos de dirección es la única medicina. Cortar por lo sano. Pero su salud se complica a cada minuto que pasa. No hay tiempo. Tiene fiebre y las bolsas de hielo no le bajan la alta temperatura; no respira normal y ya huele a alcanfor. Algunos temen lo peor. La fiebre hace que el partido político alucine y destroza sus propios ideales; delira conque sana y pone firmes a sus dirigentes, hasta cree que puede lograr acabar la legislatura sin pena ni gloria. En realidad un partido político está enfermo de muerte. Paz a sus restos.

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