viernes, 25 de enero de 2013

3 Mujeres Eternas

"Y si no todos somos culpables algunos somos testigos...".

Acudo a este confesionario, que al fin y al cabo es tan virtual como real, para apaciguar mi tristeza y un malestar que soy incapaz de definir. Quiero describirlo pero se escapa a lo inteligible para mí y flota más allá de la compresión de mis palabras. ¿Por qué tendré la necesidad de explicar algo que no puedo? ¿Será que lo considero necesario para entenderme a mí misma? Si dejare de preguntarme cómo podría expresar mi situación. Si pudiera dejar de pensar en él...

Para mí era una droga que atrapó mi voluntad nada más que para vivir de él. Mi vida no era real, ni mucho menos. Hasta el punto que si no me abandona no me hubiera dado cuenta. Compartiendo su vida me encontraba en una situación que nada me producía interés ni me satisfacía y caía permanentemente en un adormecimiento enfermizo, en un desánimo total. Lo peor era levantarme cada mañana y sentirme naufragar en un océano sin tener dónde agarrarme, sentir que mi cuerpo se aletargaba en un espacio oscuro y estrecho de donde no podía salir. Para hacer nada. Para sentirme cada vez más inútil e inferior. Aún oigo sus gritos... sus gritos amenazantes. Ahora me doy cuenta del daño que me hacía. No era una persona serena, segura de si misma, alguien en el que en un momento de debilidad, cuando la incertidumbre te acorrala y no sabes qué hacer, te diera seguridad. Era un ser débil y cobarde, ruin, solo demostraba fortaleza ante mí, solo haciéndome daño, solo despreciándome se sentía hombre. ¿Podré algún día salir de este infierno, dejar de vivir sin esperanza y con miedo... Vivir de él aún estando fuera de su alcance?

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