En mi vida he expresado las condolencias a muchas personas ante la muerte de algún ser querido. Pero hoy, ante un fallecimiento singular, he podido comprobar que no se tiene plena conciencia de la magnitud de la pérdida mientras no se viva la experiencia de la muerte en propia carne. (¡dona!). Creemos estar preparados para un acontecimiento que todos proclamamos como natural, pero únicamente pone de manifiesto su dolorosa dimensión en el mismo instante de producirse. La profunda pena del momento solo es mitigada cuando se tuvo el privilegio de disfrutar de la vida compartida, y en los años altos, casualmente experimentar sensaciones indescriptibles al entrelazar palabras con resultados imprevisibles. Porque yo (¿hablo de mí? ¡Joder, dona!), nunca creí que pudiera existir una herramienta con el poder de imaginar, crear, sentir, incluso suscitar amor a través de la santa poesía en personas que nunca llegaría a conocer de ser mi vida de otra manera. Por eso (no puedo disimular por más tiempo: he muerto), al dar la noticia de mi muerte, quiero dejar constancia, sin importar qué peligros me acechen, que llevaré muchas palabras dentro de mi ataúd, aún siendo conocedor del peligro que correré al llevar a un lugar desconocido una herramienta tan poderosa. De ahí que esta carta de despedida me gustaría que estuviera a la altura del mensaje, pues quiero que quien lo lea me recuerde, aún sin conocerme, porque yo así lo haré. Y solemne, ante mi propio cadáver prometo que llevaré en el corazón a quien haya perdido un minuto de su tiempo en leer mis estupideces, al menos mientras dure el tránsito.
Para finalizar, no quiero parecer interesado ni aburrir con sentimentalismos hipócritas, pero agradecería que alguien rezara por mí. Una amiga un día me dijo que a un muerto siempre hay que rezarle una oración. Aunque yo, y lo digo desde este frío ataúd en el que me encuentro, nunca creí en nada ni nadie que no fuera la amistad, el llanto de un niño, la santa poesía, y un te quiero de quien me amó. En fin, esta carta no lo dice todo, pero es a quién la lea la que corresponde decir el resto. Si quiere, naturalmente.
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