sábado, 19 de enero de 2013

Un sábado triste de morir

De viejo, un problema de memoria y semántica me incapacita para completar oraciones o recordar de qué hablo cuando empiezo y no termino: a mitad de la conversación se me olvida de qué trataba el asunto y me pierdo en los laureles (¿qué querrá decir perderse en los laureles? Todo lo que escribo sin saber. Soy un caso). Inicialmente se lo atribuí al procesamiento diario de leer prensa, demasiada información desechable, pero al ver que mis amigas también tenían el mismo problema de memoria y semántica, concluí que no podía ser cosas de viejos: mis amigas son jóvenes.

Todos mis males los achaco a vivir en los años altos de la vida y a la crisis. Porque con la crisis vino el descrédito de la clase dirigente y la corrupción. Sin embargo, si vivo los años altos de la vida primero viví los bajos. La crisis no es la primera que me toca vivir y debiera estar acostumbrado. Como la clase dirigente corrupta que es de toda la vida del Señor Dios y Jesús. Pero, ¿y mis amigas descuidadas de sus obligaciones conmigo?

La dama que no me deja ir algo sospecha y tiene previsto hacerme una Resonancia Magnética Nuclear en la cabeza por si un aquél. El asunto es jodido. Sospecho que el único problema es que mis amigas no me hablan. Y nada tiene que ver con los años, ni la crisis, ni los políticos corruptos, simplemente tiene que ver con la palabra dada y la verdad. Y, sentido en el alma, pierdo la memoria y no acabo los discursos porque llevo demasiado tiempo sin hablar con alguien que merezca la pena. Será egoísmo, pero ya no estoy para perder el tiempo con alguien que no me aporte algo positivo. Y hablo de una sonrisa y poco más, una rosa roja como mucho. O mejor, un poema que las rosas están mejor en el rosal. Quien no me aporta algo positivo no me interesa. Mis amigas... Hubo un tiempo que una, quizá la más amiga, estuvo a punto de regalarme un poema, pero un descuido quizás, o las circunstancias, que no sé. El caso es que me quedé sin ella y el poema y no se pudo explicar... No me acostumbro a vivir sin ella... Ella fue mi mayor decepción. Luego de los años lo manejo como puedo. Pero aún la nombro entre líneas.

Qué curioso, según voy escribiendo me doy cuenta de que el problema con mi memoria es al revés. Lo recuerdo todo. Todo lo que no es inmediato, quiero decir. Solo recuerdo el pasado. Y me siento triste: triste de morir, porque miro a mi alrededor y simplemente no veo a nadie. Si vivo no lo sé, pero tengo la certeza que he vivido, y a pesar de que no me han enterrado... ahora, mientras sube la cuerda baja mi ataúd. Y de eso estoy seguro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario