sábado, 26 de enero de 2013

Cosas

La familia.
La amistad.

La mirada siempre agradecida de dona (ay), mi mascota, con su cola en perfecto y acompasado movimiento.
Donde todo comenzó, Les Seniaes, mi pedacito de cielo.
La gracia que robé en el paraíso cuando me hicieron expulsar con la excusa de que había otro.
El vino y la sidra, únicas cosas del universo que nunca mienten. 
Las rosas, las orquídeas, y la exquisita esencia del azahar en plena floración.
La sonrisa alegre del bebé.
El arco iris.
El sol.
La luna.
La nieve
El agua.
El café.
El silencio. 
El aroma del buen pan recién horneado.
El amanecer desde lo más alto del Urriellu.
El orbayu y su efecto sosiego.
El olor a salitre que trae entre brumas, la brisa de un Mar Cantábrico embravecido elevándolo caprichosamente hasta lo más alto del mítico Cabo de Peñas.

El bendito amor.
La santa poesía.

Y todas las palabras profundas, tiernas, redondas y sinceras que hacen que uno sienta felicidad en los adentros.

Palabras... ay, ¿por qué siempre acabo atrapado en ellas? ¿Por qué tantas veces no las entiendo? ¿Por qué me hacen sufrir? ¿Por qué no me dicen? ¿Por qué no me nombran? Así que una cosa lleva a otra cosa y quizá sea conveniente no esperar más y buscar por mi cuenta palabras de mi lengua española, la cual es de tal excelencia, que obliga a ser reconocida por mí y entendida por toda la humanidad.

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