lunes, 28 de enero de 2013

En la cabeza de alguien

Mientras alguien garabatea el más hermoso monumento a la palabra, pensamientos incontrolados llevan su teclado hasta el mismo lugar del entramado donde habita el mal entre neuronas desvalidas. Es un lugar donde el engaño tiene sus dominios justo en la frontera de la irrealidad, y en su compleja formación tiene su propio origen.

Se sospecha, sin llegar a confirmarlo por nadie, de la existencia de una secta en un lugar ubicado en un resquicio oscuro de la cabeza cuya organización responde a un código secreto de identificación. Se trata de una organización de maldades sustentadas en una forma de vida vinculada a un tipo de comportamientos que incentiva toda práctica ilegal basada en pensamientos negativos tipificados en una estructura demoníaca montada para tales fines. En esa secta, las ideas tienen que ver con atentar contra todo lo que se relaciona con los valores nobles de las personas e influir en sus pensamientos para llegar a confundirlos hasta el punto de que no sepan diferenciar el bien del mal.

En este tenebroso lugar, si alguien a punto de morir en su testamento dejara escrito con un estilo propio de narración directa una descriptiva y hermosa carta agradeciendo la vida y devolviéndola a su origen, sorprendería su prosa al estar bajo la influencia de esta secta el manejo diestro de su narrativa, los símbolos poéticos y los giros idiomáticos, la descripción de los lugares y las zonas por los que hubiera transitado de manera clara y precisa, así como unos versos de amor dedicados a quién le amó; no sería más que una carta donde inequívocamente quedaría de manifiesto una realidad de terror con historias y personajes que deambularían con toda libertad por el infinito y donde asomarían con evidencias claras los rasgos de una miseria con doble moral. Esta carta pasaría de puntillas por el camino de los sentimientos del corazón que existirían como una fuerza positiva sin confirmar, porque en su descabellada cabeza no contemplaría la posibilidad de ningún pensamiento bueno ni siquiera con la complicidad de lo absurdo. (En la cabeza de alguien hasta el propio sentido perdería su última esperanza).

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