Donde dije digo...

Arriba dije que tal vez no reflexiono pero pienso. Y ahora tengo que reconocer si no es lo mismo pensar que reflexionar... Reconsiderar con cuidado algo para formar dictamen. Reflexionar... pensar... ¿y qué más da? Si igualmente nos deja vacío de expectativas lo uno como lo otro. A veces no me arrepiento de haber tomado la calle del medio y que fuera lo que Dios quiera. A fin de cuentas salió, o saldrá lo que quiera. El tiempo pasa y ya nada es igual. Que se quiebran los lazos afectivos, que se rompa el cordón umbilical simbólico que nos ata a la sociedad. Sociedad frágil de memoria. Tantas veces nos esforzamos en mantener esos nexos con la piel ensangrentada por la fuerza de la realidad y nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos la vida es una utopía.
    
Nos creemos vivos y ya estamos muertos y enterrados, o en trance: ese proceso irreversible en el que embarcamos cada día y nos lleva de un lado para otro en busca de lo desconocido y aparecemos en ninguna parte. Y extenuados volvemos a casa por la noche a dormir anhelando descansar de un día incomprensible. La vida es el porvenir, todo depende de las expectativas al abrir los ojos y creer que no solo estamos dispuestos a comernos el día sino el mundo con nuestro ímpetu. Si estoy equivocado, estaría bien que estuviera en lo cierto, porque al menos esa fuerza ejerce en nosotros la esperanza.
    
Que al menos no nos roben la esperanza que tenemos para despertar el día con la intención que lleva aparejada vida. Empezar de nuevo si es que hemos caído el día anterior. Conviene comprender que habitamos una selva virgen y que los animales salvajes son los seres inteligentes. Pobres seres engreídos creyéndonos dueños del mundo y no somas más que un despacho, una obra, un centro comercial o una oficina del paro convertida en nuestra cárcel de máxima seguridad.