Una amiga de sus amigos tiene tres amigos, pero se le ha muerto uno, el primero. (Hablo de amigos del alma). Sigue teniendo los mismos amigos y habla a diario con ellos, pero uno está en el cielo. Entonces, corre la lista en la Tierra: el segundo es el primero y el tercero el segundo. Dos amigos en la tierra y uno en el cielo. Es la vida se acepte o no. Sin embargo, no entiende que otro de sus amigos tengan otras amigas y ella sea una de ellas pero no la primera. Cultivar la amistad es tarea ardua. Con un amigo se comparte conocimiento, simpatía, admiración; intimidades que son tragedias e ilusiones de vida.
Cuando un amigo se va es inevitable cuestionar el sentido de la propia vida ante su insoportable levedad. Cuando un amigo se va, qué otra cosa se puede contar sino otros amigos: uno... dos... Se puede llorar a un amigo muerto hasta la eternidad sin descuidar a los amigos vivos, porque se corre el peligro de, aquejada por tanto dolor, perder el contacto, ya no con los amigos vivos, sino con la propia vida. Dolorosamente la enfermedad... Dolorosamente la vida... Llegado este punto del comentario solo cabe una pregunta: ¿merece la pena vivir?
Con todo lo malo que pueda haber, merece la pena vivir con todo y no ser la primer amiga ni la ultima.
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