Después de comer, hablo de mi niña, Cristel, la niña de mis ojos.
Hoy fui a Valencia a comer con ella,
y digo que después de comer
fuimos dando un paseo hablando de nuestras cosas,
o más bien de las suyas que son realmente importantes,
y caminamos por calles de ensueños
donde florecen las auroras encendidas.
Había ruiseñores,
y flores con pétalos de colores,
y viento terso,
y un sol de esplendor.
Cristel y yo,
recordando,
también hicimos malabares con un verso que un día le escribí;
es un verso que refiere a su infancia de delicias primorosas
cuyo privilegio nos hizo flotar en la inmensidad de nuestro amor.
Y enseguida:
son la siete,
(cómo pasa el tiempo)
oscurece y me tengo que ir.
Te quiero, mi niña.
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