viernes, 20 de diciembre de 2013

En el día de ayer

"Qué caro hay que pagar el precio de vencer, mentir para ganar, ganar para perder, tranzar con lo pequeño, dócilmente, y avanzar sin preocuparnos, si pisamos a la gente". Enrique Bunbury. (Lo cito por ti: sigue sin gustarme).

Ayer, delante de casa (y yo a resguardo tras de los cristales ¿verdad que sí, dona? Llovía), hubo un pequeño accidente: dos coches y un ceda el paso. Casi nada, unos martillazos, un poco de emplaste, pintura y el enfado, de eso mucho. Dos coches y un ceda el paso, y como en el amor, nadie es culpable. ¡Qué curioso!, eran amigos y tal vez lo sigan siendo, pero el cabreo fue ontológico. Al volante nos trasformamos en animales salvajes. Sí.

Tras de los cristales sentí pena y dolor por la gran tragedia. Se diría que dos coches se dieron un beso y a los amos les pareció mal. Serían dos coches adolescentes y dos amos intolerantes. 

Un accidente desgraciado te puede cambiar la vida para siempre. Ocurre sin darte cuenta en un segundo. El tiempo no se mide solamente con un reloj. Si es verdad que una hora tiene sesenta minutos y un minuto sesenta segundos, ¿cómo explicar que una hora contemplando una puesta de sol pase más rápido que un minuto y un accidente de tráfico en un segundo sin darte cuenta? Ahí está el quid de la cuestión. Y el motivo por la que hoy no amaneció para mí y dudo que amanezca. Las buenas madrugadas ya no son lo que eran. Un neurólogo culpable como un ceda el paso que nadie respeta. Yo, a Dios gracias nunca tuve un accidente grave de coche, solo pequeños abollones, y a Dios gracias también, siempre fui culpable, así que a pagar y callar. 
  
La Dama que vela mis sueños hoy no estuvo atenta y no dormí, como el neurólogo de las madrugadas que nunca duerme. Ella y él son los mismos profesionales con diferente nombre. A mi me gusta ponerles nombre a las personas desagradables, intento que parezcan mejores de lo que son. ¿A quién importa? Una Dama vela mis sueños y otra, Dama también, no me deja ir. Al menos sin haberme ido.

En la concepción de la vida lo más sagrado es la propia vida (evidente) y hoy tengo la sensación de haber profanado la vida de aquellas personas a las que quiero y me quieren. El accidente de ayer me hizo recapacitar. La vida vale su peso en oro. La vida hoy seguirá para mí y para ti cuando amanezca (es una amenaza, sí ¿y qué? anda con cuidado y no me cedas el paso, que es lo mismo que me dejes de querer, entonces sabrás de mis malas pulgas).

2 comentarios:

  1. Ver para creer. Tus dedos han escrito algo de Enrique, ¡Muero!

    ¿Dejar de querer? Ni que fuera gripe que en unos días se cura.
    Querer, querer, querer lo que se dice querer nunca se deja de hacer por mas que el otro quiera que deje de hacerlo.

    Querer va mas allá de todas las fuerzas.

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  2. Eres un buen cuate Emilio, ¿Por que no existes cerquita de aquí? ¿No ves que necesito un amigo?

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