martes, 12 de mayo de 2015

Son tramposos los poetas.

No porque lo diga una mujer... ¡Qué ocasión más estupenda he perdido para quedarte callado!. Si leo leo y si escribo escribo. A veces leo lo que escibo y doy en loco. ¿Por qué no pienso cuando escribo, aunque solo sea para no sentirme culpable? Como tantas otras cosas mías: no estoy a lo que he de estar. Para escribir el estado idóneo no siempre se tiene o se logra. Ni un escritor reputado ni un poeta semidios es capaz de leer su obra satisfecho. Pausado de ánimo, atarantado en el interior, en un trance sensible a la inspiración, porque sin inspiración no hay gaita que tocar, uno trata de observar la cotidianidad preñada de sentimientos y solo aparece un solitario lecho vacío.

La poesía es santa, así que para ser acreedor de su don se ha de poder camuflar en el deseo de la perpetua agonía. De ser poeta, en este instante solo la agonía sería capaz de disfrazar mi alma de sentimientos. Por una mente absurda no pasa siquiera las hojas resecas del otoño. Los poetas viven en la perpetua mentira, no se mueren, lloran y son capaces de entristecer a la mujer más hermosa. Se aprecia vanidad en sus versos y humildad de conveniencia. Son tramposos los poetas.

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