Dentro de la máxima confianza que nos une, hablo de amistad de la mejor, ayer mi amigo Antonio José me llamó para interesarse por los resultados de las elecciones en el pueblo de Patricia. Como aún sigo atarantado con las promesas y los abrazos y los besos, llamé a Patricia para que me explicara cómo habíamos quedado. Estupendo y feliz, porque ganamos, se lo dije a mi amigo. Y después de felicitarme, desconsolado, me manifiesta que escrutado el cien por cien de los votos había ganado por mayoría absoluta su esposa. Así que todo sigue igual, es de su competencia la compra diaria, los recados, los azulejos de la cocina, el baño y etcétera. Todo sigue igual.
Somos amigos, así que mala la cobertura y ya hablaremos. Pobre hombre. Mi caso es diferente, si Patricia dice que ganamos es que gané, entonces mi esposa sigue con la intendencia familiar y dona y yo a lo nuestro: de día correr y jugar a la pelota por Les Seniaes y de noche ladrar y seguir intentando levantar la falda a la luna... No hubo pucherazo, María, la Magdalena, no me abandona. A Dios gracias.
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