Ahora es la hora de ser inflexible ante la indecisión. Es la hora de la siesta, no puede haber dudas porque no hay otros remedios. Cojeré el transistor lo pondré en el oído que malamente escucha y entre pactos políticos, corrupciones y el fúrtbol intentaré desconectar el día del tiempo que le he ganado sin renunciar a la noche y mi inexcusable compromiso con un ensueño diferente. La siesta es otra cosa. ¿Hacia dónde iré cuando todo esto acabe? Del supuesto valor no sé, a la guerra no fui y de valiente poco según mis hijas: pasaré miedo. Ojalá encuentre pronto a dona y la Magdalena nos enseñe el paraíso, que no será ni mucho menos como les Seniaes, pero no quiero ser contestatario. A pesar de que las cosas pueden cambiar aquí en la Tierra como en el Cielo.
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