martes, 2 de septiembre de 2014

Y nada más.

De aquella mañana recuerdo especialmente su risa y su mirada, y que al cruzarnos al doblar la esquina clavó sus ojos temerosos en el suelo. Hasta la brisa sin querer se llevó el sol y dejó al día en penumbra. Cómo no voy a recordarla si fue mi primera musa, la mujer que me enseñó a leer poesía, la que me inyectó la palabra en vena y amarla, amarlas, quiero decir. A pesar de los años todavía busco en aquella esquina su risa y su mirada entre todas las mujeres que van y vienen con sus prisas. Y entre los versos del poeta sus ojos temerosos clavados en el suelo. Tantos años después sigo sin poder olvidarla: maravillosa mujer. La recuerdo y puedo asegurar que fue mucho más de lo que presumí al conocerla. La franqueza, el orgullo familiar, la vigilia laboral, la indecisión y su por qué: "me debo y no debo". Aclaro que tenía otras prioridades en aquellos momentos. El amor siempre agradecido. Ni se imagina lo que daría por saber de ella: cómo le va, si se cumplieron muchos de sus sueños, alguno en especial. Por ser bendito el amor y santa la poesía. Y nada más.

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