Ayer tarde, a punto de salir de casa, sonó el teléfono, era mi abuela que llamaba por tercera ocasión en el día, esta vez muy preocupada me dijo:
-Matilde, cariño, tengo una emergencia, me queda solo medio litro de leche...
-¡Abuela!, ¿no es suficiente hasta mañana que puedas comprar más?
-¡No, no puedo esperar, quiero cenar sopas de leche!.
-Por favor, abuela, no tengo leche en casa, sabes que soy alérgica...
-Me tienes que traer leche urgente... Ve a un bar o pídeselo a una vecina...
-Abuela, no seas caprichosa...
-¿Me quieres traer la leche o no?
-Vale, abuela, te la llevo.
A veces nos enfrentamos a situaciones en las que nos sentimos comprometidos a decir sí cuando en realidad queremos decir no. Pensamos que si nos negamos nos catalogarán de egoístas y nos preocupa lo que piensen de nosotros. Sí. Deberíamos sentirnos culpables si intencionadamente hacemos algo mal, pero si cualquiera nos pide un favor y no podemos complacerlo porque no tenemos tiempo, o simplemente ganas no hay razón para sentirnos culpables. Somos la persona más importante de nuestra vida y si no hacemos un favor no lo hacemos y se acabó. Favor o capricho, como el de mi abuela que al llegar a su casa me dice:
-Matilde, quieres creer que nada más colgar el teléfono recordé que tenía leche en la fresquera... Te volví a llamar pero ya no me cojiste el teléfono...
-¡Abuela!.
-Perdóname, cielo, la verdad es que ya lo sabía cuando te llamé, solo quería verte...
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