Y qué decir de mi esposa...

Ayer hablaba de un gran día y de una gran dama: ayer hablaba de mi esposa. Para mí la pasión, la simpatía, la confianza, la sabiduría: mi salvación. Para sus hijas una madre con todo lo que conlleva; de sobra amor para los tres. Enfrentada con todo lo que nos podía perjudicar, fue y es el apoyo necesario para nuestras debilidades. Dueña de su encanto y su carisma, confieso que nada sería sin ella... Es mi vida encuadernada por fascículos. Es Carmen, mi esposa, un vendaval de pasiones para mí que me da mucho más el amor que la razón. Su argumento principal ante la vida es su carácter de mujer de armas tomar cuando las cosas se ponen de aquella manera y hay que enfrentarse a las circunstancia con coraje. Yo me pierdo en su discurso... Mi esposa tiene algo Marx con mucho de Freud y Schopenhauer. Y sobre todo de Bach. Pero con una excepcional conexión con la vida. Jamás saldría airoso de mis ausencias sin ella. Mi esposa genera simpatía a quien la conoce, y confianza y humildad; más de una persona le confió sus adversarios: a grandes males grandes remedios. A nadie defraudó. Vencida en alguna batalla, ganó la de la vida, y eso es solo para heroínas. Ni un cáncer pudo con ella (el peligro de vivir los años): es mucho decir. Yo siempre apostaré por ella.

Estoy apurando el tiempo para acompañar a mi esposa a recoger su premio como mujer trabajadora: un puesto de trabajo. Hoy, una madre, una esposa, emprenderá una faceta descuidada por las vicisitudes. Hoy se reencontrará con la utilidad de sus necesidades. Y eso, después de haber vivido en la planta baja de un hospital, es una inyección de vida en vena. Es Carmen... Y qué decir de mi esposa...