No acepta mi punto de vista y, cuando lo hace, pone peros y me obliga a hacer nuevos planeamientos. Me hace dudar y siempre me obliga a cambiar de opinión o de idea. Sin embargo, me tolera. Siempre puedo volver (volver a volver), nunca me despide y me deja como al principio, lleno de dudas. Me surgen nuevas preguntas que solo en parte me permite, pero no me las responde. Somos amigos. Siempre está dispuesta a entablar una conversación. Y no me guarda rencor. En el fondo sus opiniones aunque parecen inflexibles, no lo son; si las examino con calma, aprecio que en ellas también surgen dudas, pero no admite lo que me pudiera reconfortar a mantener su amistad. Con el tiempo, poco a poco, me convenzo de que sin ella mi mundo literario habría sido menos atractivo, mis errores y sufrimientos los hubiese tolerado peor, y esa pequeña locura que llevo dentro y que solo la literatura me puede sosegar. No hubiese encontrado un cauce que asegurase entendernos y respetarnos, disfrutar de nuestro mundo comun de amor por la literatura y sentirlo como algo que merece la pena. Una buena amistad le debo, lo confieso, es en parte mi suerte, aunque a veces se comporte francamente intransigente, pero lo más, son sus tratamientos. Sus maneras son imposibles, y jamás llegamos a entendernos. Tiene ideas que le digo me parecen sublimes e imprescindibles para un mundo que necesita de ella. Al hacerme viejo me doy cuenta de que todos nos volvemos francos y que pudiera decirle la verdad: que no la aguanto, pero cuando lo pienso, siempre encuentro algo nuevo que me impide decirle la verdad. Así que vuelvo a mis dudas. A mis puntos de vista distintos y críticos hacia ella; poco a poco termino reconociendo virtud en la ficción de la crítica a la que ella me tiene acostumbrado, por lo que sin ofenderme me ayuda a apreciar mis limitaciones y entender a mi propia colindancia. Tengo la impresión de no aprender nunca, por más que a veces le digo, ella pasa de mí, generaliza, se va por las ramas y me equivoco yo. Mantenemos conversaciones inteligentes de tú a tú, a pesar de que nunca fui capaz de argumentar de manera clara que pudiera a base de esfuerzo de diálogo, auspiciar un cambio de opinión en ella. La arbitrariedad de sus ideas me lo impide. Es amiga, y sin ella no sabría qué pensar. Con ella tengo resuelto las cosas imposibles, menos las posibles. Ella me permite abrir alternativas que contribuyen decisivamente a superar mis errores. Es amiga, aunque me deja claro que la última palabra es de ella. De lo contrario, me puedo buscar otra amiga. Me chantajea, sabe que no soy nada sin ella. Pensar una vida sin ella sería aterrador. Tengo algunas intenciones íntimas exclusivas hacia ella para tener un algo en un aparte, pero siempre acaba negándome y esclavizándome. De ahí la lección que siempre me da sin confesármelo: Solo me deja imaginarla.
Decir la verdad puede costar caro pero la verdad por mucho que duela debe ser dicha. Esas pruebas que pone la vida son las que uno tiene que sortear para saber que tan fuerte es una amistad y la de ustedes se ve que es buena.
ResponderEliminarDéjame decirte que escribiendo tan bonito del como ella te hace sentir no creo que se aleje. Es una suertuda al tenerte de amigo.
Un abrazo
Pues ahora ni me habla... ni me insulta como antes. Muchas gracias. Beso.
ResponderEliminarSalud.
¡Mchálas! Armarse de paciencia y esperar que esté de mejor humor. ¿Ya qué? Y eso que no le dijiste nada, imagínate si le hubieras dicho algo.
ResponderEliminar¡Chispas!
No sé, es muy rara. Pero nos queremos, yo al menos. Es una amiga del alma. Muchas gracias. Beso.
ResponderEliminarSalud.
No me canso de leer esto tan bonito que escribiste.
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