Una amiga me habla de Enrique como si fuera un dios. Enrique para aquí, Enrique para allá, en fin, un dios. Lo cierto es que no me imagino que tendrá Enrique para que mi amiga, una dama de buen ver, se enamore de Enrique.
Un día, cerca de la madrugada le propuse cambiar a Enrique por la infanta Cristina, y me dijo que no. "Donde esté Enrique que se quite la infanta, incluso la casa real". Me contestó un poco enfadada. Yo me negaba a admitir la negativa, pues una infanta no deja de ser una infanta. "Infanta", suena mejor que "Enrique", pues nada. Para más información, le dije que estaba imputada por blanqueo de dinero y algo más que no recordaba, pero que no había problema, que saldría absuelta de cualquiere delito porque la justicia en una monarquía como la nuestra, hablo de España, se administra en nombre del rey, y el rey es su padre. ¿Quién va a condenar a una hija por blanqueo de dinero y algo más que no recuerdo? Eso, un padre no, un padre de otro quizá, pero el propio padre de una no.
Se la quise cambiar porque a mí la monarquía me da repelús, pero ella me dijo no. Que se quedaba con Enrique y no se hable más. Entonces se me ocurrió hacerle otra propuesta -quiero irme de España, no quiero vivir en un país corrupto que solo tiene dinero para los que mandan y dejan a los que siempre pierden en la calle-, y no es otra que cambiarme por Enrique. Enrique por mí, o yo por Enrique, según se quiera (a uno o a otro). Se me ocurrió pero aún no le he hecho la propuesta.
Si yo fuera tu amiga, aceptaría cambiarte. ¿Te imaginas un poeta viviendo a tu lado?
ResponderEliminarSerias real - Enrique lo es pero tan tangible como un sueño- y al menos sabrías que ella existe.
Si yo fuera ella no lo pensaría, aceptaría de inmediato. ¿Sabes cantar?
Como los ángeles... Beso.
ResponderEliminarSalud.
¡Per-fec-to!
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