martes, 29 de septiembre de 2015

André Breton.

Los escritos vuelan.

El satén de las páginas que se hojean en los libros modela
               una mujer tan hermosa
que cuando no se lee se contempla a esa mujer con tristeza
sin atreverse a hablarle sin atreverse a decirle que es tan hermosa
que lo que se va a saber no tiene precio.
Esta mujer pasa imperceptiblemente entre un rumor de flores,
a veces se vuelve en medio de las estaciones impresas
para preguntar la hora o mejor aún simula contemplar unas
                 joyas bien de frente.
Como no hacen las criaturas reales
y el mundo se muere una ruptura se produce en los anillos de aire.
Un desgarro en el lugar del corazón.
Los diarios de la mañana traen cantantes cuya voz tiene el color de la
arena en las riberas tiernas y peligrosas.
Y a veces los de la tarde dan paso a muchachas que conducen
                 animales encadenados.
Pero lo más bello está en el intervalo de ciertas letras
donde unas manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
saquean un nido de blancas golondrinas
para que llueva siempre
tan bajo tan bajo que las alas no puedan ya mezclarse.
Unas manos por donde se sube hasta unos brazos tan leves
                 que el vapor de los prados en sus graciosas volutas por
                 encima de los estanques es su imperfecto espejo.
Unos brazos que no se articulan más que con el peligro excepcional de un
                                                                                                     cuerpo hecho para el amor
cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de los matorrales
                 llenos de velos
y que solo tienen de terrestre la inmensa verdad helada de los trineos de
                                                                           miradas sobre la extensión toda blanca
de lo que no volveré a ver más
a causa de una venda maravillosa
que es la mía en el juego de la gallina ciega de las heridas.

André Breton, poeta, falleció el 29 de septiembre de 1966.

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