martes, 1 de septiembre de 2015

Consternación.

Ayer pasé por tu casa y tenías la puerta y las ventanas cerradas, incluso las persianas bajadas. Entonces pregunté por ti a tu vecino, el asesino en serie, me dijo que él no pero tú sí, que te habías asesinado por motivos que no se llegaron a conocer. También me dijo que fuiste muy agradecida con tus amistades, te habías despedido de todas. ¡Qué detalle!.

Nunca le mentiría a un muerto, mucho menos profanaría sus cenizas, pero de saber que te querías borrar de la lista de los amaneceres hubiera intentado que cambiaras de parecer. No sé de sufrimientos ajenos, ni propios, a mis señoritas medicas les tengo prohibido que me hablen de mí (consienten porque saben que lo mío con ellas es para siempre). No te hubiera dejado ir (no todos volvemos... Recuerda que le escribo a una muerta que eres tú y no te mentiría. Ni cuando estabas viva te mentí).

Consciente de lo tuyo podías haber pensado en lo de los demás. Hablo de salud. Salpicaste de miserias a quien más te quiso en los peores años de tu vida (los mejores son los que quedan por vivir). Nadie te recordará a no ser tu vecino el asesino en serie, y solo porque tuviste el detalle de despedirte de todas tus amistades... Le enamoró la promoción que hiciste de tu muerte. A partir de ahora las personas que asesine las obligará a escribir, de su puño y letra, una carta de agradecida despedida. Nomás, ojalá encuentres en la muerte lo que no supiste encontrar en la vida.

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