Ayer pasaban los años y la vida se me hacía corta y hoy, sábado de enterrar a los muertos, no sé si dispensarme por lo que escribí ayer, pedir perdón o mantenerme en mis trece y seguir interpretando mi verdad según amanece. La vida es un sueño, dijo el poeta. Y yo digo que aceptar que la vida es un sueño y nada más es la muerte. Amor colindante. No pasemos de soslayo por la vida que nos toca en suerte ni por la de quien nos pudiera necesitar... Prestemos atención a los demás y curiosidad por sus cosas mientras la salud nos sea favorable. Y el respeto que no falte.
Es sábado y aún mi esposa no me dijo si hay cena en la avenida con sus amigos y amigas. No hay mal que por bien no vengan: me han quitado del medio sin malas palabras ni peores gestos... Mi capacidad innata para la autodestrucción ha hecho lo de siempre: a poco que me dejen generalizar la miseria que hay en mí me desparramo y quedo en nada.
Yo no inventé la nostalgia, tampoco el desprecio ni las buenas amistades. Yo no inventé nada más que a mí mismo en la noche más rancia. Ni ayer fue viernes de fiar ni hoy sábado para enterrar a los difuntos. Y ya si mañana es domingo no dudo que será un día feliz, pero si domingo o cualquier otro día de la semana no sé... Vencido y nunca derrotado me he llegado a creer invencible. Ojalá no sea tarde para el amor y la buena correspondencia: mi problema soy yo mismo y el ensueño en el que vivo. Mi sempiterna soledad me ha privado de vivir la realidad de los sentimientos colindantes.
Pasan los años y pasa la vida y no queda sobre mí ni el beneficio de la duda. No tengo mayor consuelo que el recuerdo de quien me amó. A Dios le pido vida y mente cabal para jugar con Ian como cuando yo tenía su edad. Se les quiere.
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