martes, 1 de septiembre de 2015

Somos en extremo insolidarios.

Para septiembre tenía pensado escribí sobre las uvas maduras y no. Me obliga a escribir la triste realidad que vivo. No quiero salir por los cerros de Úbeda, si me encontrara al Sabina la tristeza sería insuperable. No valen paños calientes, mejor me iría en el pueblo de Patricia si cuidara menos mi reputación y más mi conciencia. Pues ni con esas, oiga, no me siento culpable pues creo que protejo a Ian y con él a mi familia. Mi mente absurda vive al límite. Debiera ser más humilde, o humilde, para que lejos de responder a las provocaciones de algunas me centrara en mis contrariedades.

La verdad siempre por bandera: Acabo de llevar a mi esposa a trabajar y estoy perdido entre las obligaciones que dice ahora son de mi incumbencia... Me duele reconocerlo: Rajoy está en lo cierto, la economía va bien y a mi esposa la han contratado en una empresa (se lo crean o no). También me duele que hayan contratado a mi esposa y no a Patricia. Mi esposa quiere trabajar por perderme de vista y Patricia para comer ella y su familia. Mi esposa está feliz y Patricia está que la llevan los demonios. El caso es que mi esposa trabaja para que Patricia viva dignamente. Nadie sabe el cómo ni el por qué. Y no me quejaría si no fuera porque tengo que hacer ciertas tareas domésticas: soy un señor, que diría Julio Iglesias. No es justo. Y como no lo es, o no lo considero, mi mente absurda se fracciona en mil pedazos.

Le puse ganas a esas tareas domésticas, pero los múltiples dificultades que conlleva, el primer día me obliga a tirar la toalla y con ella el delantal. ¡Que trabaje Patricia y no mi esposa. Y las muchas personas que lo necesitan tanto o más que Patricia!. Eso. Mi esposa tiene derecho a trabajar. Sí. A pesar de que cambiaría su suerte por la de Patricia pero no por otra persona. Si Jesús el Cristo pensó que se podía ir porque aquí las cosas estaban más o menos encauzadas no, es obvio. El que coge la suerte no la suelta porque es suya... Nadie atiende a razones de solidaridad y así no podemos salir de la crisis. De viejo, sabía que esto no acabaría bien, que la desigualdad traería consigo otras miserias, y una, de todas la más notable, la envidia. Me asombro de mí mismo, mi talento para anticiparme a los hechos, y la egolatría de mi currículo. Las cosas son como son, la desigualdad incita a sacar lo peor de nosotros mismos a pasear. Somos en extremo insolidarios.

2 comentarios:

  1. Se de q hablas cuando te enfrentas a las tareas domesticas...el mas calma cree enloquecer!!
    Mira a tu mujer
    Observa su mirada
    Es feliz..ahora es feliz
    Trabaja....eso la hace brillar!!

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  2. En todo no todo es cierto. Trabaja y cuando llega a casa hace la prueba del algodón... Una tragedia. Muchas gracias. Beso.

    Salud.

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