viernes, 7 de junio de 2013

Sutra de la amistad

Aristóteles dijo: "La política es el arte de lo posible". Y yo digo, después de  intentar lo imposible.
   
Dos amigos van por un camino. De repente aparece un oso. Uno de ellos se subió precipitadamente a un árbol y allí se refugió. El otro, a punto de ser atrapado, se dejó caer en el suelo y se hizo el muerto. El oso le arrimó el hocico y le olfateaba mientras él contenía la respiración, porque dicen que el oso no toca un cadáver... Cuando se marchó, el del árbol le preguntó que le había dicho el oso al odio. "No viajar en compañía de amigos que no permanecen al lado de sus amigos ante el peligro", le respondió. La fábula muestra que los momentos difíciles prueban a los amigos de verdad. La lealtad debe ser cultivada por el valor que tiene de por sí.
   
No es que tenga claro lo que esta fábula quiere decir, que de amigas ando más bien escaso, pero creo que a partir de ahora comenzaré una nueva vida al margen de la amistad. No puedo seguir padeciendo desprecios de quien, luego de hacer hueco en mi corazón, pasa de soslayo por mi calle. En el Sutra de la amistad reza esta ceremonia:
  
Dice de un monje y una jaula con unos pájaros. Los pájaros habían sido atrapados con la intención de ofrecérselos a quien tuviera la oportunidad de liberarlos. Pero antes tenía que dedicar aquella acción a la liberación una persona que creyera estuviera o se sintiera atrapada (y pensé en ella), al abrir la jaula y dejar salir los pájaros esta persona se sentiría libre. El asunto, y no hay que darle demasiadas vueltas, es que el monje tenía fe, pero tomé la ceremonia con toda grandeza, cerré los ojos y junté las manos para hacer el paripé imaginándome protagonista de la ceremonia. Al instante le suena el móvil al monje, y en vez de ignorarlo, me hizo una señal para que siguiera solo, y se alejó unos pasos para contestar la llamada. El monje que hablaba de respetar el momento y patatín, interrumpía la ceremonia para contestar una llamada de móvil... Cuando volvió me faltó tiempo para llamarle la atención acerca de respetar el momento, de estar presente mentalmente en lo que estamos. A lo que me contestó que tenía que ver con la falta de presupuesto, pues tenían las campanas del monasterio rotas y el móvil hacía las funciones. Me explicó que cuando sonaba el móvil no era nadie sino "la campana", así los monjes sabían que era hora de detenerse, respirar y conectarse en presencia mental con el momento. Y me sugirió sustituir el sonido de la campana por el móvil para cuando sonara me preguntara, ¿qué estoy haciendo? (Prometo que mientras leía el Sutra de la amistad pensaba en ti, y que hoy, habías venido media hora antes a tomar café y recordar viejos tiempos).

1 comentario:

  1. Buena idea la del monje, por lo menos sonará mi móvil mudo por siempre.

    ¨... se sintiera atrapada (y pensé en ella)¨ suertuda que la piensas mucho.

    Beso.

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