Hoy he visto desde mi
ventana, ¡oh, ardientes visiones!, el resplandor de tus ojos con su mirada inmensa que
al romper el alba se elevaba impresionante
hacia el infinito.
Hoy he visto desde mi
ventana,
tal que antes, como
siempre, tu figura esbelta
sobre el pedestal de tu
magnanimidad entre las sombras de los
años vivos brillar con su propia luz.
Hoy he visto desde mi
ventana la luna en nuestras horas largas, undívaga, sumergirse
entre las brumas del mar,
tal vez augurando nuestro
futuro, el mismo mar que nos
acorralaba en la pleamar.
Hoy he visto desde mi
ventana la misma noche oscura,
tétrica, macabra; la misma noche en la que prendiste el invierno
en mi corazón, el condominio invisible
que aún habito.
Lo que no he visto desde
mi ventana,
ni en el cielo, ni en sus
formas divinas, ni en las locas fragancias
de Les Seniaes, ni tampoco en el lienzo de
mis sueños,
fue la luz del misterio de
tu partida.
Despójame de tu gozo, de tus sentidas palabras, de tu alegría mañanera, de tu felicidad; devuélveme al olvido si es tu voluntad, pero antes enséñame a
alimentar mi mirada de ti (ciego vivo en los ojos de
otro) o no te acerques al mar.
Eres cielo, eres musa, eres misterio (ya no estás al alba), eres silencio... también eres aquello que he perdido. Flor de la María.
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